Un jueves, alrededor de las ocho de la noche, hora en que sé volver de la Biblioteca (me acuerdo de que fue un jueves, porque los jueves cortan la luz en Boedo de las siete a las ocho), la viuda me para en portería. ¿Se enteró?, me dice, apuntándome la barriga con la 5ta. edición de Crónica. Y ahí no más me relata todos los detalles de un descuartizamiento espectacular.

El misterio aparente del asunto me fascinó. Durante esa semana, la viuda y yo seguimos con toda perversidad la espantosa relación del periodista. Una noche, al pasar por la portería y preguntarle qué tal andaba la cosa, ella, más bien abatida, me contestó:

_ Agarraron al asesino: declaró. Lo habrán torturado.

_ Claro -dije-. Pero, ¿cómo lo descubrieron?

_ Era un primo, tenía una carta del descuartizado en una lata.

No quise oír más. Era lógico. Todos los crímenes se descubren por lo mismo: el nexo. Mientras subía la escalera escuché la voz de la viuda, juro que apesadumbrada.

_ Al final, siempre caen.