La tierra es el otro hábitat. El patio es el espacio cotidiano. Es el otro lugar, o el primero. Uno esquiva allí tantas tristezas, pacifica el ritmo cardíaco en momentos de furia y desequilibrio mental, doma los caballos salvajes que cabalgan entre la garganta y la boca del estómago y patean las tripas, gastando el interior con sus pezuñas; y allí se evade alegremente del dolor. Donde el tiempo parece detenerse, la brisa acaricia las pestañas y los habitantes armonizan el ambiente.

Allí uno es el anfibio que respira plácidamente. O se enfurece con las puertas, las destruye. También llora sin pudor y se ríe sin límites. Se abraza y confluye en miradas cálidas con los otros seres, los de lazo sanguíneo y misma música cardíaca.

Es la tierra el lugar constitutivo y constituyente, donde respiro y vivo el resto de la semana.